lunes, 1 de noviembre de 2021

Hayedo de La Pedrosa...el otoño en su plenitud




"Cuando los sentidos se embriagan de color, la retina no puede retener más formas y la mente te lleva a lugares inimaginables,...es momento de agradecer que la vida sigue su curso y que aún cuenta con nosotros."

El puente de todos los santos suele ser motivo de planes con la familia o con amigos. También suele ser el inicio del tiempo otoñal que climatológicamente hablando quiere decir que comienza el frío. En esta ocasión  fue la lluvia la que medio chafó nuestros planes. Había quorum casi general para visitar  un Hayedo por el norte de León, pero ahora no es Mariano Medina quien nos da la predicción del tiempo, es nuestro móvil, nuestra Tablet o nuestro portátil, y si bien es verdad que suelen equivocarse poco, acojonan algunas veces.

Viendo esto, abortamos excursión a León, y lo cambiamos por quedar el sábado por la tarde para tomar algo y cenar juntos. No obstante, Susy y Yo nos quedamos con las ganas de hacer algo y consultado también con toda la tecnología de la que disponemos, vimos un Hayedo más cercano, el de la Pedrosa. Situado en la provincia de Segovia y a una hora y cuarenta minutos de aquí, era más factible, pues en caso de no poder realizar la ruta, la vuelta a casa sería más asequible.

Así sin pensarlo mucho nos levantamos el domingo y emprendimos rumbo a Riaza, localidad próxima al comienzo de la excursión. La lluvia no apareció durante el trayecto en coche, y sentados a desayunar en la plaza mayor de dicho pueblo, preservábamos la esperanza de que siguiera sin aparecer. 


El comienzo de la ruta del track que llevábamos, marcaba el inicio subiendo al puerto de la quesera, pasando por la carretera que lleva al pintoresco pueblo de Riofrio de Riaza. Sobrepasado éste, comienza la subida del puerto, y ya las vistas auguraban que algo bonito íbamos a ver, con el embalse en el margen derecho de la calzada, ascendimos por encima de él hasta perderle de vista. Y el paisaje cambió a tonos amarillos y cada vez más amplios por ir cogiendo altura. Llegamos arriba del puerto con pocos sitios para aparcar, pero nos apañamos. La vista desde arriba era dudosa pues la niebla dificultaba ver el frondoso valle donde se suponía que estaba el hayedo. 

Comenzamos a descender ya cargados con nuestras mochilas nuestro poncho y nuestros paraguas, porque el móvil no suele fallar en su pronostico. El camino era cómodo, no muy embarrado pero si húmedo y no muy concurrido dado el día que hacia, a favor la temperatura era muy agradable.

La niebla que subía y bajaba por momentos, nos permitía ver de vez en cuando el fondo de paisaje, y en lo más lejano el embalse de Riofrio. Y continuábamos bajando por aquel sendero, haciendo fotos y grabando videos. Al cabo de un tiempo nos empezamos a adentrar en en el hayedo, la primera impresión es un golpe de color que te sorprende, las formas de los árboles, el verde de sus cortezas, el amarillo de las hojas...todo te comienza a envolver y sigues descendiendo y cada vez más frondoso, más envuelto en colores y formas, y no puedes de parar de mirar, de hacer fotos de sorprenderte y de pensar que nada de eso te esperabas del lugar, y así durante todo el recorrido. La lluvia al final hizo acto de presencia y a pesar de no ser muy fuerte, si es cierto que molestaba por lo incómodo de tener que llevar paraguas y no dar a basto con las manos a hacer cosas. Si para esto era una molestia, a lo que contribuyó en demasía fue a potenciar el color de todo lo que nos rodeaba,

Envueltos en aquella maravilla y tras recorrer unos tres kilómetros  todo de suave descenso, llegamos a un puentecillo de madera que atravesaba el riachuelo que venia acompañándonos a nuestra margen derecha desde lo alto del puerto. Allí acababa la bajada y partía el camino en dos, izquierda subida al embalse,  y derecha subida de nuevo al puerto, esta vez por la otra margen del río. Escogimos derecha para volver al inicio, pues ir hasta el pantano y volver a ese mismo punto suponía hacer seis kilómetros más, y no era plan de exprimir tanto el día y tentar a la suerte en demasía. Comenzamos a subir entonces, sin que cambiase nada más que los rincones eran distintos de formas, pero con el mismo encanto y colorido que lo que hasta entonces traíamos. Pese a ir cuesta arriba, no era para nada empinado, demasiado cómodo me pareció para lo que habíamos bajado. 

La lluvia iba y venía, solo a falta de un kilómetro para alcanzar la carretera que nos llevase hasta la furgo, comenzó a caer con ganas, la previsión en estos casos es fundamental e íbamos preparados con la ropa adecuada, y el abrigo necesario.


Al llegar a la furgoneta, cierto es que nos mojamos, no íbamos calados como algunos que vimos, pero si mojados como para hacer lo que hicimos, cambiarnos de ropa y de calzado, que también lo habíamos previsto, y ya agustito dentro de la misma, nos dispusimos a comer, calentándonos unos callos con garbanzos que nos supieron a gloria, después café y pastas del lugar para terminar una mañana perfecta. 

Al final lo que sacas de todo esto es agradecer que puedas hacerlo, que haya sitios tan maravillosos para ver, que benditos los colores, las formas, bendita la lluvia cuando cae en su momento, bendito el poncho que nos protege y el paraguas aunque te inutilice una mano, benditas las botas del decathlon, las mochilas, los calcetines y benditos los callos con garbanzos. Lugar para repetir la experiencia tantas veces como haga falta, aún no salgo de mi asombro por lo que vi.  Hasta la próxima.

Las fotos AQUI





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